Vender a Marx y otros negocios del corazón

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Estos epigramas, de entrada, impactan al lector y lo absorben en su atmósfera; pero, en conjunto, logran transmitirle el sólido discurso del poeta (sólido como un fluido no newtoniano: elástico, pero al que no se puede acceder a los golpes), no sólo sobre la precaria situación de la isla, suya y no suya, sino sobre la mezquindad del mundo y de la condición humana, sobre el amor y el erotismo, sobre los eternos contrarios, sobre el arte, los artistas, el hambre, la muerte, la estupidez.

Decir que esto es antipoesía sería encorsetar la creación poética en los límites obvios de la “poesía” oficial, de los que otros se han valido para inventar el agua tibia y creerse originales. Esquivel no pretende serlo, no pretende estar inventándose la poesía: él mira y ataca. En su guillotina son descabezados lo mismo Marx que los monstruos del corporativismo, lo mismo los malos poetas que los falsos profetas, lo mismo los reyes vilipendiados que los reyezuelos de las “causas justas”. A la represión política del poder, responde con la discriminación poética de la inteligencia.

«Esquivel se entiende maldito y, por extensión, sabe que son malditos sus epigramas. Ahora el escritor palimpsestuoso se acoge a la tradición satírica y vuelve al viejo recurso de emplear el humor, la ironía, el sarcasmo, para mostrar la injusticia y la necedad humanas. Los dardos acerados de Arquíloco y de Cercidas el Cínico, la variedad de Cayo Lucilio, el humor amable de Horacio, el cáustico de Juvenal, el tono insultante de Marcial, el desenfado erótico del Renacimiento, e incluso el afán político-moralizante de épocas posteriores, se dan la mano en estos “artefactos” donde Esquivel insiste en el disfraz, en la herencia riesgosa de su único poder, el de la palabra. Para mi gusto, este tomito resulta una auténtica joya dentro del espacio de la poesía cubana actual, una muestra expresiva de un tono diferente, de una cuerda distinta, vibrante, en este autor de tan múltiples cuerdas» (Jesús David Curbelo).