Si se le pregunta a alguien por Rafael Pombo, lo más probable es que de inmediato le vengan a la mente sus maravillosas fábulas. Menos conocido es el gran poeta romántico de «Noche de diciembre», uno de los poemas que lo hacen el gran poeta romántico en lengua castellana, quien sacó la cara por el más bien pobre romanticismo hispánico —aunque esta afirmación cause escozor en los peninsulares, como si de una competencia se tratara—. Y aun más desconocido es el Pombo blasfemo de La hora de tinieblas, una faceta no muy deseable en un «poeta nacional».
La hora de tinieblas es, a decir de Andrés Holguín, «el poema más filosófico y hondamente blasfemo escrito en el siglo XIX en tierras americanas». Suele decirse de esta obra que es fruto de un trastorno neuronal del poeta (feas palabras para expresar la noche del espíritu), una crisis pasajera que consiguió hacerle desvariar, y a esto se han aferrado sus admiradores más mojigatos y burgueses, quienes lo admiran como el poeta patriotero que poco a poco ha ido cayendo en el justo olvido y, si acaso, al sesgo, como el gran poeta místico-religioso que fue en sus mejores momentos, para hacer de este poema no más que un fugaz desvarío. Todo se les ha ido en esfuerzos, pues La hora de tinieblas conserva intactas a lo largo de los años su fuerza lírica y su lucidez filosófica y, con ello, su vigencia atemporal. O no tanto, porque si bien este poema sigue siendo de lectura obligatoria dentro del corpus de su obra poética, no ha sido, como decía al principio, tan conocido como debería serlo un poema fundamental del mayor poeta romántico de habla hispana, ni siquiera en su tierra, ni siquiera donde fuera coronado con el lapidario lauro.
A continuación una breve selección de La hora de tinieblas:
I
¡Oh, qué misterio espantoso
es éste de la existencia!
¡Revélame algo, conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no sé qué pavoroso
en el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?
XXV
¿Quién te hizo dios? ¿Por qué, di
cómo, dónde y cuándo vino
privilegio tan leonino
a corresponderte a ti?
¿Por qué no me tocó a mí
ese poder de poderes?
¡Ay!, siendo lo que tú eres
no fuera el mundo cual es,
o aplastara con mis pies
tan triste enjambre de seres.
LII
La vida es sueño —¡Callad,
oh Calderón!, estáis loco:
hace veinte años que toco
su abrumante realidad;
yo te palpo, ¡Iniquidad!
¡Desgracia!, no eres fingida,
que si al placer di acogida,
un instante aquello fue;
que en ese instante olvidé
la realidad de la vida.