A 122 años de su nacimiento, compartimos en este artículo algunos poemas del poeta siciliano Salvatore Quasimodo (Módica, 1901 - Nápoles, 1968), un autor imprescindible, creador de una poesía entrañable, desconcertante y dolorosa, en la cual asistimos con peculiar intensidad a eso que llamamos el doloroso consuelo de la palabra, galardonado además con el Premio Nobel de Literatura en 1959.
Pero antes, a modo de introducción, transcribimos un texto del poeta sobre su poesía, publicado en castellano por primera vez en la revista Época en diciembre de 1959, con motivo de la recepción del Nobel:
Mi poesía
Maravillosamente me apremia un gran amor.
Estos versos de un antiguo poeta de mi tierra, Jacopo de Lentini, me ayudan a iniciar el discurso, un poco difícil, sobre el punto más secreto, aunque en apariencia más evidente, en torno al cual gira mi poesía. Las palabras isla y Sicilia se identifican en la extrema tentativa de concordar con el mundo externo y con la probable sintaxis lírica. Podría decir que mi tierra es “dolor activo”, al cual retorna una parte de mi memoria cuando establezco un diálogo interior con una persona amada, que está lejos o en la otra orilla de los afectos. Podría añadir algo más, tal vez porque las imágenes se forman siempre en el dialecto nativo y el interlocutor imaginario vive en mis valles, y camina a lo largo de mis ríos; sin embargo sería una indicación siempre incierta, sería querer determinar una matemática ahí donde no hay más que el murmullo de los primeros números. Además, ¿qué poeta no ha puesto su seto como confín del mundo, como el límite que más distintamente alcanza su mirada? Mi seto es Sicilia; un seto que encierra antiquísimas civilizaciones y necrópolis y latomías y telamones quebrados sobre la hierba y minas de sal y azufre y mujeres que lloran desde siglos a sus hijos asesinados; y también encierra furores contenidos o desatados, afectos ingenuos o bárbaros, bandidos por amor o por justicia. Tampoco yo busqué lejos mi canto, y mi paisaje no es mitológico o parnasiano: allí están el Ánapo, el Imera, el Plátani, el Ciane con sus papiros y eucaliptos; allí está Pantálica con sus cuevas tumbales excavadas cuarenta y cinco siglos antes de Cristo, “tupidas como celdas de colmena”; allí están Gela, Megara Hiblea y Lentini: un amor —como señalé— que a la memoria no puede ordenarle huir para siempre de esos lugares. En 1946, en un discurso pronunciado en seguida después de la guerra y todavía actual, afirmé que es tarea de la poesía renovar al hombre. Con esta afirmación, en el límite de una aparente “estética de los contenidos”, indicaba un punto de ruptura con la precedente estación poética italiana y europea, válida para los fines de la historia y para los poetas que aún resisten el juicio del tiempo. Renovar al hombre, entendía, no sólo en el plano moral, también en el plano estético.
Constantemente estamos determinando los territorios de las poéticas; y la más viva de éstas se ha alejado de los desnudos valores formales, para buscar, a través del hombre, la interpretación del mundo. Los sentimientos del hombre, el deseo de libertad y el de salirse de la soledad: he aquí los nuevos contenidos.
Los siguientes poemas han sido seleccionados de todos sus poemarios, en versiones de distintos traductores de su obra poética al castellano.
Isla de Ulises
Quieta está la antigua voz. Oigo resonancias efímeras, olvido de noche plena en el agua estrellada.
Del fuego celeste nace la isla de Ulises. Ríos lentos llevan árboles y cielos al rumor de orillas lunares.
Las abejas, amada, nos dan el oro: tiempo de las mutaciones, secreto.
Y enseguida anochece. Trad. Carlo Frabetti
Caballos de luna y de volcanes
A mi hija.
Islas que he habitado verdes sobre mares inmóviles.
Abrasadas de algas, de fósiles marinos las playas donde enamorados corren caballos de luna y de volcanes.
En la estación de las ruinas, las hojas, las grullas embisten el aire; en luz de aluvión fulguran cielos densos abiertos a las estrellas.
Las palomas vuelan de los hombros desnudos de los niños.
Aquí se acaba la tierra: con fatiga y con sangre me construyo una prisión.
Por ti deberé arrojarme al pie de los poderosos, endulzar mi corazón de bandolero.
Pero expulsado por los hombres, en el rayo de luz aún yazgo niño con las manos abiertas a orillas de árboles y ríos:
donde la latomía el naranjo griego fecunda númenes para los himeneos.
Nuevos poemas. Trad. Carlos Viola Soto
A mí, peregrino
He aquí, retorno a la tranquila plaza: en tu balcón flamea solitaria la bandera de una fiesta ya pasada. —Reaparece —digo, pero sólo la edad que anhela los sortilegios, hechizó el eco de las cuevas de piedra abandonadas. ¡Cuánto tiempo ya que no responde lo invisible si como antaño llamo en el silencio! No estás ya aquí, tu saludo ya no llega más a mí, peregrino. Jamás dos veces le alegría se revela. Y bate extrema la luz sobre el pino que recuerda al mar. Y vana también la imagen de las aguas.
Nuestra tierra está lejos, en el sur, ardiente en lágrimas y lutos. Mujeres, allí, con negros chales hablan a media voz de la muerte en los umbrales de las casas.
Día tras día. Trad. Alejandra Pizarnik y María Cristina Giambelluca
Lamento por el Sur
La luna roja, el viento, tu color de mujer del Norte, la llanura de nieve… Mi corazón está ya en estas praderas, en estas aguas anubladas por la niebla. He olvidado el mar, la grave caracola que soplan los pastores sicilianos, las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos, he olvidado el paso de las garzas y las grullas en el aire de las verdes altiplanicies por las tierras y los ríos de Lombardía. Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria. ya nadie me llevará al Sur.
Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos a la orilla de las ciénagas de malaria, está cansado de soledad, cansado de cadenas, está cansado en su boca de las blasfemias de todas las razas que han gritado muerte con el eco de sus pozos, que han bebido la sangre de su corazón. Por eso sus hijos vuelven a los montes, sujetan los caballos bajo mantas de estrellas, comen flores de acacia a lo largo de las pistas nuevamente rojas, aún rojas, aún rojas. Ya nadie me llevará al Sur.
Y esta tarde cargada de invierno es aún nuestra, y aquí te repito mi absurdo contrapunto de dulzuras y furores, un lamento de amor sin amor.
La vida no es sueño. Trad. Carlo Frabetti
Las muertas guitarras
Mi tierra está sobre ríos junto al mar, no hay lugar que tenga voz tan lenta, donde vaguen mis pies entre juncos llenos de caracoles. Cierto, es otoño: al viento en jirones las muertas guitarras levantan sus cuerdas sobra la boca negra y una mano agita dedos de fuego. En el espejo de la luna se peinan muchachas con pechos de naranjas.
¿Quién llora? ¿Quién azota los caballos en el aire rojo? Nos detendremos en esta orilla a lo largo de cadenas de hierba y tú, amor, no me lleves delante de ese espejo infinito: en él se miran muchachos que cantan y altísimos árboles y aguas. ¿Quién llora? Yo no, créeme: sobre los ríos corren exasperados chasquidos de una fusta, los caballos sombríos, los relámpagos de azufre. Yo no, mi raza tiene cuchillos que arden y lunas y heridas que queman.
El falso y verdadero verde. Trad. Leopoldo di Leo
Delfos
Una planta, no laurel o mirto, tallo y hojas comunes donde se injerten por metamorfosis alma y estructura que probará la muerte ni siquiera la hay en Delfos. Ni laurel hay para el oráculo ni gruta para su juego. Sopla el sol desde la cumbre del Parnaso y desquicia el centro del mundo. Castalia gotea tibia en los labios del turista y el vendedor de agua mineral ríe junto a la fuente con dos estatuillas votivas enmohecidas. Pero en la primera grada del templo, si te conoce, Febo alza el arco y dispara directo al tendón, oculto bajo el lecho de las piedras donde las serpientes sagradas manan hijos. Y ya no sabes si inmovilidad es vida y muerte movimiento. Aquí eternamente parte sobre el estadio, de las grietas telúricas de los montes recortados por la luna el auriga plebeyo con la frente baja y el ojo de langosta esmaltado.
La tierra incomparable. Trad. Cristancho Duque
Basta un día para equilibrar el mundo
La inteligencia, la muerte, el sueño niegan la esperanza. En esta noche en Brasov en los Cárpatos, entre árboles no míos busco en el tiempo una mujer de amor. El bochorno hiende las hojas de los chopos y yo me digo palabras que no conozco, vuelco tierras de memoria. Un jazz oscuro, canciones italianas pasan inadvertidas sobre el color de los lirios. En el estrépito de las fuentes se ha perdido tu voz: basta un día para equilibrar el mundo.
Debe y haber. Trad. Milagros Arizmendi
Para más información sobre el poeta, en el contexto del hermetismo italiano, recomendamos ver el siguiente video documental:
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