Esta traducción de los Remedios de amor de Ovidio, de Germán Salinas (1847-1918), fue publicada en la Biblioteca clásica de Luis Navarro, concretamente en el tomo I [de Ovidio], «Los poemas eróticos de Ovidio», que incluye Los amores, El arte de amar, El remedio del amor, Los cosméticos (nombres tal y como aparecen en la edición). Se ha modernizado algo la ortografía y la puntuación; también se ha tratado de aligerar los párrafos dividiendo los más largos cuando tenía sentido.
Habiendo leído el Amor el título de esta obra, dijo: «Es la guerra, lo veo, es la guerra con lo que se me amenaza». ¡Oh, Cupido!, no achaques semejante maldad al poeta que, sumiso a tus órdenes, enarboló en cien ocasiones el estandarte que le habías confiado. Yo no soy aquel Diomedes, cuya lanza hirió a tu madre, cuando los caballos de Marte la arrebataban a las etéreas regiones. Otros jóvenes no se abrasan a todas horas en tu fuego, mas yo amé siempre y, si me preguntas mi actual ocupación, te diré que es la de amar. Hay más: enseñé el arte de obtener tus mercedes y sometí al dictado de la razón lo que antes fue un ímpetu ciego. No te soy desleal, amado niño; no desautorizo mis lecciones, ni mi nueva musa destruye su antigua labor.
El amante recompensado, ebrio de felicidad, gócese y aproveche el viento favorable a su navegación, mas el que soporta a regañadientes el imperio de una indigna mujer busque la salud acogiéndose a las reglas que prescribo. ¿Por qué algún amador se echa un lazo al cuello y suspende de alta viga la triste carga de su cuerpo, o ensangrienta sus entrañas con el hierro homicida? Tú deseas la paz y miras las muertes con horror. El que ha de perecer víctima de pasión contrariada, si no se sobrepone a ella, cese de amar, y así no habrás ocasionado a nadie la perdición. Eres un niño, y nada te sienta tan bien como los juegos: juega, pues, ya que las diversiones son propias de tus años. Podrías lanzarte a la guerra armado de agudas flechas, pero tus armas jamás se tiñen en la sangre del vencido. Marte, tu padre, pelee con la espada o la aguda lanza, y vuelva del combate vencedor y ensangrentado con la atroz carnicería. Tú cultivas las artes poco peligrosas de Venus, por cuyos dardos ninguna madre quedó huérfana de su hijo. Haz que caiga hecha pedazos una puerta al rigor de las contiendas nocturnas, y que otra se adorne con multitud de guirnaldas. Encubre las citas secretas de los mozos y sus tímidas amantes, y permite que con cualquier estratagema burlen a un marido receloso. Que el enamorado dirija ya tiernas súplicas, ya violentas imprecaciones, y cante, si se le niega la entrada, en tono quejumbroso. Te bastan las lágrimas que obligas a verter, sin que te reprochen ninguna muerte, y tu antorcha no merece alumbrar el horror de la pira. Así dije, el Amor batió sus alas cuajadas de oro y piedras preciosas, y respondiome: «Termina la obra comenzada».
Acudid a mis lecciones, jóvenes burlados que encontrasteis en el amor tristísimos desencantos. Yo os enseñaré a sanar de vuestras dolencias, como os enseñé a amar, y la misma mano que os causó la herida os dará la salud. La misma tierra alimenta hierbas saludables y nocivas, y a menudo la ortiga crece junto a la rosa. La lanza de Aquiles sanó la herida que ella misma infirió al hijo de Hércules. Cuanto advierto a los mancebos, creed que lo digo también a las muchachas: doy armas a las dos partes contrarias.
Si entre mis preceptos se desliza alguno que no convenga a vuestro modo de ser, a lo menos os servirá de provechoso ejemplo. El fin que me propongo es de suma utilidad: extinguir las llamas crueles y libertar los corazones que gimen en vergonzosa esclavitud. Filis hubiese vivido a ser yo su maestro, y, si descendió nueve veces a orillas del mar, hubiera vuelto otras tantas, o más todavía; Dido, a punto de morir, no habría visto desde lo alto de su palacio cómo la flota de los troyanos daba las velas al viento, ni la desesperación hubiese armado contra el fruto de sus entrañas a la madre cruel que se vengó de su esposo en la sangre de los comunes hijos. Gracias a mi arte, Tereo, tan apasionado por Filomena, no habría por su crimen merecido convertirse en ave. Sea mi alumna Pasífae, y dejará de amar al toro; séalo Fedra, y ahogará su pasión incestuosa. Entrégame a Paris, y Menelao será dueño de Helena, y Pérgamo no caerá vencida por la hueste de los dánaos. Si la infame Escila alcanzase a leer mis libros, ¡oh, Niso!, no despojara tu cabeza de los cabellos de púrpura que la ornaban. Mortales, oíd mis advertencias; siendo yo el piloto, la barca llegará incólume al puerto. Debisteis leer a Nasón cuando comenzasteis a amar, y al mismo Nasón debéis leer ahora. Como defensor público, quiero libertar al que gime en la esclavitud; cada cual secunde los esfuerzos que hago por su salvación. ¡Oh, Febo, inventor de la poesía y la medicina!, yo te invoco al principio de mi empresa; ciñe mis sienes de laureles, ven y socorre al que escribe como poeta y como médico, pues las dos artes están bajo tu divina tutela.
Si te arrepientes cuando aún no has entregado del todo tu corazón, entonces será el momento de detener los primeros pasos; destruye los gérmenes recientes de la súbita enfermedad, y que desde el principio de la carrera tu caballo se resista a pasar adelante. Todo cobra fuerzas con el tiempo: el tiempo madura los racimos y convierte la hierba en altas espigas; el árbol que ofrece a los paseantes opaca sombra al tiempo que se plantó fue una débil vara que podía arrancarse de la tierra con las manos; ahora ha cobrado fuerzas y resiste con sus vigorosas raíces. Que un examen rápido y certero te dé a conocer el objeto de tu predilección, si quieres sacudir el yugo que se apresta a cargar sobre tu cuello. Rebélate desde el primer instante; la medicina no surte efecto si el mal se agrava con la negligencia. Apresúrate y no difieras día tras día la curación: de no emprenderla hoy, mañana te será más difícil.
El Amor es fecundo en pretextos y encuentra su alimento en demorar las resoluciones; el día más próximo es el mejor para romper sus lazos. Verás pocos ríos caudalosos en la proximidad de sus fuentes, y muchos que engruesan con las aguas recogidas de cien arroyos. Si hubieras reflexionado sobre la enormidad de tu crimen, ¡oh, Mirra!, no ocultaría tu rostro la vergüenza bajo la corteza de un árbol. Yo he visto heridas fáciles de cicatrizar al principio, que llegaron a ser incurables por la dilación y el abandono. Nos gusta coger las flores de Venus y decimos de continuo: «Mañana aún será tiempo». En el ínterin y a la callada el incendio nos quema la sangre y el árbol maléfico echa hondas raíces. Si pasa el momento de aplicar el remedio, y el amor ya antiguo señorea tu débil corazón, el caso ofrecerá enormes dificultades: con todo, no desahuciaré al enfermo porque me llame demasiado tarde.
El héroe hijo de Peán debió cortarse con enérgica mano la parte herida de su cuerpo; no obstante, se dice que sanó años después y con su valor puso término a la guerra de Troya. Yo, que ha poco te aconsejaba atacar presto la enfermedad naciente, ahora más reposado te brindo remedios tardíos. Intenta, si puedes, extinguir el incendio al producirse las llamas o así que, cansado, disminuya su propia violencia. Cuando veas un hombre que enloquece de furor, deja pasar su arrebato, difícil de contenerse en el primer ímpetu de la cólera. Es un temerario el que, pudiendo descender en línea oblicua, se empeña en nadar contra la bravía corriente. El ánimo impetuoso y rebelde a los preceptos del arte rechaza y mira con odio a su mejor consejero: solo será fácil curarle cuando se deje tocar las heridas y se disponga a oír las voces de la razón.
¿Quién que no esté demente impedirá a la madre llorar en los funerales de su hijo? No son propias tales circunstancias para inculcarle resignación. Después que vierta abundantes lágrimas y alivie el corazón atribulado, será el momento de moderar su dolor con persuasivas palabras. La medicina es el arte de aprovechar el tiempo: el vino que se receta a su debido tiempo es saludable, y dañoso si se pierde la oportunidad. Si no combates los defectos en la ocasión propicia, solo conseguirás irritarlos y encenderlos mucho más. Apenas te sientas necesitado de los recursos de mi arte, escucha mis consejos, rehúye la ociosidad que favorece al amor, lo sustenta una vez nacido y es la causa y el alimento de mal tan delicioso. Si vences la ociosidad romperás el arco de Cupido, y, blanco de tu desprecio, caerán por el suelo sus antorchas apagadas. Como el plátano ama las vides, el álamo las aguas y las cañas del pantano las tierras cenagosas, así Venus se complace en la ociosidad. ¿Quieres ahuyentar al amor? El amor odia al trabajo; ocupa las horas, y tu salud quedará asegurada. La indolencia y el sueño no interrumpido durante largas horas, el juego de los dados y el exceso en el beber que trastorna la cabeza, sin producir hondas llagas, quebrantan las energías del ánimo, que falto de prevención se rinde a las asechanzas amorosas. Cupido es el compañero de los holgazanes y odia a los que trabajan. Da a tu ociosidad cualquier ocupación que la entretenga; dedícate al foro, a las leyes o a defender a los amigos; frecuenta los sitios en que los candidatos se disputan las dignidades urbanas, o vuela a conquistar los laureles del sanguinario Marte, que tanto honran a la juventud, y la voluptuosidad te volverá pronto las espaldas. Ahí tienes al parto que pelea huyendo, nueva ocasión de magníficos triunfos, que ya ve las armas de César resplandecer en sus propios campos. Vence simultáneamente las saetas de Cupido y las de los partos, y ofrece a los dioses tutelares de la patria un doble trofeo. No bien fue herida Venus por la lanza del rey de Etolia, ordenó a su amador que se encargase de los cuidados de la guerra.
Me preguntáis por qué Egisto incurrió en el adulterio. La razón se adivina pronto: estaba ocioso, mientras los demás príncipes peleaban en guerra interminable frente a las murallas de Ilión, adonde la Grecia había transportado todas sus fuerzas. Si hubiese querido lanzarse a los peligros de la guerra, no tenía con quién sostenerla; si dedicarse al foro, en Argos se desconocían los procesos. Hizo lo que pudo a fin de entretener el tiempo, y se dedicó al amor. Así se apodera de nosotros Cupido y así reina en los corazones.
Los campos y sus diferentes cultivos producen sumo deleite al ánimo, y las cuitas más graves ceden a tales ocupaciones. Doma los toros, oblígalos a doblar el cuello bajo la carga del arado, y con la aguda reja hiende el suelo endurecido; deposita en los abiertos surcos las semillas de Ceres, que el campo te pagará un día con usura; observa las ramas encorvadas con el peso de los frutos, tanto que apenas el árbol resiste las copiosas riquezas que ha producido; mira los arroyos cual se deslizan con suave murmullo, y el rebaño de las ovejas que pace la fértil grama. Allí las cabras trepan por los montes, escalan las agudas rocas y presto ofrecerán las ubres llenas de leche a los cabritos; aquí el pastor modula sus cantos con la flauta de cañas desiguales, y cerca descansan sus fieles compañeros, los perros guardianes del rebaño.
Más lejos, en las profundas selvas, óyense los mugidos de la vaca que llama al becerro extraviado. ¿Qué decir de las abejas dispersas por el humo del tejo, cuando les castran la miel de las rebosantes colmenas? El otoño nos regala sus frutos, el estío se engalana con las mieses, la primavera se ciñe de flores, y el fuego del hogar nos defiende del invierno. Todos los años en época fija el vendimiador coge los maduros racimos, que se convierten en mosto bajo sus desnudos pies; en época señalada, el gañán corta las hierbas, recoge los haces y con los dientes del rastrillo limpia de broza la pradera que segó. Tú mismo puedes sembrar las plantas en el húmedo huerto y conducir allí las aguas tranquilas del arroyo. ¿Ha llegado la sazón de injertar? Haz que la rama adopte otra distinta y el árbol se vista de hojas que no son suyas. Así que estos placeres embargan la atención, el amor pierde su violencia y huye con débiles alas.
Si no, dedícate a la caza. En mil ocasiones se entregó Venus a vergonzosa fuga, vencida por la hermana de Febo. Ahora persigas la tímida liebre con el perro de sutil olfato, ahora tiendas las redes en la maleza de los bosques, y espantes al ágil ciervo con tus estratagemas, y veas caer al jabalí herido por tus dardos, sin acordarte de las bellas, te entregarás por la noche al sueño que alivia las fatigas y darás a tus miembros un saludable descanso.
Es ocupación más tranquila, pero muy entretenida, la de perseguir a los pájaros, caza de poca entidad, ya con las redes, ya con la liga, o la de ocultar bajo el cebo el corvo anzuelo, que por su daño se clava en la boca del ávido pez. Con estos u otros medios debes engañar las horas, hasta que rompas los lazos que te oprimen. Sobre todo huye, por fuertes que sean los vínculos que te encadenan, huye lejos y emprende viajes de larga duración. Llorarás al solo recuerdo de la amiga que abandonas, y tus pasos se detendrán a menudo en la mitad del camino; pero cuanto más esfuerzo te cueste la separación, ponlo mayor en realizarla; insiste, y que tus pies rebeldes prosigan adelante. No temas las lluvias, ni la fiesta extranjera del sábado, o el funesto aniversario de la batalla de Alia; no inquieras las millas que has recorrido, sino las que te faltan por recorrer, ni busques pretextos que te detengan en un lugar próximo; no cuentes los días, no vuelvas con frecuencia las miradas hacia Roma, huye sin descanso: gracias a la fuga, el parto vive aún seguro de sus enemigos. Alguien calificará de duros mis preceptos, y confieso que lo son; ¿mas a qué remedios dolorosos no nos sometemos por recobrar la salud? Enfermo bebí muchas veces pociones amargas que me repugnaban, y con ganas de comer se me negaban los alimentos que pedía. Por sanar tu cuerpo resistirás el hierro y el fuego, o, muerto de sed, no darás a tus secos labios una gota de agua; ¿y no tolerarás por salvar tu alma la dureza del remedio? Esta parte de nuestro ser tiene valor más crecido que la corporal. El principio de mi arte exige grandes sacrificios, mas solo cuesta trabajo vencer los primeros momentos. Observa cómo el yugo oprime al toro que lo sufre por vez primera, y cómo duele al potro volador la silla que nunca aguantó. Acaso dejas con pena el hogar paterno; sin embargo lo dejarás, deseando enseguida volver a pisarlo; y no te llaman los lares de tus abuelos, sino el afecto hacia tu amiga que encubre su flaqueza con pomposas palabras. Así que hayas partido, el campo, los compañeros de viaje y las sorpresas del camino proporcionarán mil solaces a tus cuitas. No pienses que basta huir; prolonga la ausencia hasta que el fuego pierda toda su fuerza y no se oculte una brasa bajo las cenizas. Si te apresuras a volver antes de la completa curación, el amor rebelde probará de nuevo en tu pecho sus armas crueles, y, en vez de aprovecharte la ausencia, te sentirás más febril, más ardoroso, y con tu alejamiento habrás agravado los males que padeces.
Deja a otros la creencia de que son útiles las hierbas nocivas de Hemonia y los secretos de la magia: el recurso de los maleficios está de puro antiguo desacreditado. Mi inspiración en versos religiosos te brinda remedios inocentes. Por consejo mío no se evocarán las sombras del sepulcro, ni una vieja hechicera con sus infames cantos conseguirá que la tierra se entreabra, ni traspasará de unos campos a otros las doradas mieses, ni hará palidecer súbitamente el disco del sol. Como de costumbre, el Tíber correrá a sepultarse en las olas del océano, y la luna proseguirá su curso arrastrada por blancos corceles. Ningún pecho calmará sus zozobras con los encantamientos, y el Amor no se dará a la fuga por la pestilencia del azufre encendido. Princesa de Colcos, ¿de qué te sirvieron las plantas cogidas en la ribera del Fasis, cuando querías permanecer en la mansión de tus padres? ¿Qué te aprovecharon, Circe, las hierbas de Persa, al impulsar un viento bonancible las naves de Ítaca? Echaste mano de cien ardides para impedir la marcha del astuto huésped, mas no por eso dejó de huir a toda vela con la mayor seguridad. Nada perdonaste para matar el fuego que te abrasaba, pero el amor reinó largo tiempo en el alma que pretendía rechazarlo. Pudiste mudar a los hombres en mil formas diferentes, no sustraerte a las leyes que dominaban tu corazón. Cuando ya se disponía a partir el rey de Ítaca, dícese que pretendiste detenerle con tales razones: «No te suplico ahora lo que antes, bien lo recuerdo; sostenía mi esperanza, que quieras ser mi consorte, y eso que me imaginaba digna de llamarme tuya, por ser una diosa y la hija del potente Febo; solo te ruego que no apresures la partida, como merced te pido la dilación; ¿qué menos pueden demandarse mis votos? ¿Ves el mar alborotado? Teme su furia; dentro de poco el viento soplará más favorable a tus velas. ¿Qué causa te mueve a la fuga? Aquí no resurge una segunda Troya, ni un nuevo Reso llama al combate a sus compañeros. Aquí reinan el amor y la paz. ¡Ay!, yo sola sufro crueles heridas, y toda la tierra se someterá gustosa a tu dominio». Así habló, pero Ulises levó las áncoras y el viento que impelía las naves desvanece las inútiles quejas de Circe, que recurre a los medios acostumbrados sin atenuar la violencia de su pasión. Por consiguiente, tú, que solicitas de mi arte el alivio de tus males, no tengas confianza en los sortilegios ni en los cantos mágicos.
Si un motivo poderoso te obliga a permanecer en Roma, oye la conducta que en ella te aconsejo seguir. Alma grande la de aquel que rompió las cadenas que le sujetaban, perdiendo el sentimiento del dolor. Si alguien revela tan supremo esfuerzo, yo me declaro su admirador y digo que no necesita mis consejos; mas tú, que no aciertas a separarte del ídolo amado, tú, que quieres ser libre y no puedes, habrás de recibir mis lecciones. Ten presentes a todas horas las infidelidades de tu aviesa amiga y no borres de tu memoria las pérdidas que te ocasiona. «Ella me ha quitado esto y lo otro y, no contenta de tales rapiñas, me ha forzado su avaricia a vender en almoneda la casa de mis padres. ¡Qué juramentos me hizo la pérfida y cuántas veces los violó, y cuántas permitió que yaciese tendido en su puerta! Ella ama a otro, le fastidian mis agasajos, y un mercachifle goza las noches que me son debidas».
Padezcan todos tus sentidos al recuerdo de las injurias siempre vivas, que han de desarrollar los gérmenes del odio, y pluguiese al cielo que estuvieras elocuente al reprocharle sus maldades; pero no, quéjate solo, y la elocuencia sin pretensiones acudirá a tus labios. En otro tiempo llegó a ser objeto de mi solicitud una joven cuyo carácter no se avenía con mi modo de ser; como Podalirio, curaba mi enfermedad con mis propios remedios, y, lo confieso, el médico anduvo bastante torpe en la curación del enfermo. Solo me aprovechó reflexionar día tras día sobre los defectos de mi amiga, y continuando en el mismo tema logré recuperar la salud. «¡Qué mal formadas tiene mi amiga las piernas!», exclamaba, y, a decir verdad, no eran tan despreciables. «¡Cuán poco hermosos sus brazos!», y realmente eran hermosísimos. «¡Qué corta de talle!», y no había tal. «¡Qué impertinente en sus continuas peticiones!», y esta fue la principal causa de mi odio. Los males se tocan con los bienes y, víctimas del error, convertimos a veces las virtudes en gravísimos defectos.
Cuanto puedas, mira desde el punto de vista más desfavorable las dotes de tu amada, y que turbe tu buen juicio la línea que separa el mal del bien. Llámala rechoncha si está llena de carnes; si es morena, califícala de negra, y puedes notar de flaca a la que alardea de su esbeltez; si no te ofenden sus toscas maneras, tenla por desvergonzada, y, si aparece modesta, despréciala por insípida. Más todavía: exhórtala con frases persuasivas a lucir las habilidades que menos posea. Si carece de voz, exígele que cante, o que baile si no sabe mover los brazos; enrédate con ella en larga conversación, si habla como un ganapán; pídele que taña la lira si ignora pulsar sus cuerdas; si anda sin garbo, invítala a moverse, y, si sus glándulas excesivamente voluminosas le cubren el pecho, quítale la faja que te las disimula. ¿Tiene feos los dientes? Cuéntale historietas que la provoquen a risa. ¿Lagrimean sus ojos? Háblale de cosas que la hagan llorar. Darás un golpe decisivo si corres por la mañana a su casa y la sorprendes antes de preparar su tocado. Los adornos nos seducen; con el oro y las piedras preciosas se ocultan las macas, y la joven viene a ser una mínima parte de su propia persona. Entre tantos perifollos, apenas adviertes lo que de veras hayas de admirar. El amor se vale de la riqueza como de una égida que fascina nuestros ojos. Preséntate de improviso, sorpréndela desarmada, y la infeliz patentizará los defectos que le roben tu admiración. Mas no fíes demasiado en este aviso: la belleza cautiva a muchos con su aparente abandono y desprecio del arte. Tampoco impide el decoro que te presentes a la vista de tu amada en el momento de embadurnarse la cara con las drogas que al efecto preparó. Allí descubrirás sus frascos con mejunjes de mil colores, y verás fluir la grasa sobre su cálido seno. Aquellas drogas, ¡oh, Fineo!, apestan como los manjares de tu mesa, y más de una vez han revuelto con las náuseas mi estómago. Ahora voy a indicarte lo que te será muy útil en el mismo instante del placer: para ahuyentar el amor precisa recurrir a todo. La vergüenza me prohíbe descender a ciertas minuciosidades, pero tu agudeza suplirá lo que falte en mis palabras.
Días atrás se revolvía contra mis escritos un criticastro porque, a su juicio, mi musa se pasaba de libertina; mas en tanto que agrade al lector y mi nombre recorra el universo, me importa poco que este y aquel digan pestes de mi obra. La envidia deprimió el ingenio del sublime Homero; seas quien seas, Zoilo, tienes el nombre de envidioso. Lenguas sacrílegas se ensañaron contra tus versos, ¡oh, poeta, que condujiste a Italia los dioses vencidos de Troya! La envidia persigue al que descuella, los vientos alborotan las alturas, y los rayos fulminantes de Jove hieren las cumbres elevadas. Tú, censor adusto, que te escandalizas de mi licencia, si tienes un adarme de sentido, aprende a juzgar las cosas en su justo valor. Las guerras heroicas piden el metro del cantor meonio, que no se acomoda a la expansión de las delicias voluptuosas. El tono de la tragedia es robusto; a su fuerza conviene el elevado coturno; al zueco de la comedia sienta mejor un estilo llano. El yambo libre por demás, ora rápido, ora arrastrando el último pie, láncese como un dardo contra los enemigos; la blanda elegía cante los amores provistos de la aljaba, y como dulce amiga retoce a su capricho. La fama de Aquiles rechaza los versos de Calímaco, y Cidipe no merece los cantos de Homero. ¿Quién sufrirá que Tais represente el papel de Andrómaca? Pues lo mismo desatina el que da a Andrómaca el papel de Tais. Tais inspira mis cantos que rebosan libertad. Renuncio a la venda de las vestales; Tais es mi heroína. Si mi numen responde a la alegría del asunto, logré la victoria, y faltarán al acusador las pruebas de mi delito.
Revienta de despecho, mordaz envidia; ya he conquistado gran fama, y aún será mayor si continúo del modo que comencé. Te apresuras demasiado; como yo viva, tendrás que dolerte en mil ocasiones, porque en mi cerebro bullen proyectos de otros muchos poemas. Amo la gloria, y el honor conquistado estimula mi genio. Nada más se fatiga mi corcel al comenzar la ascensión de la montaña. La elegía se reconoce tan deudora a mis esfuerzos como la noble epopeya a los de Virgilio. Con esto respondemos a la envidia. Poeta, refrena tu corcel y gira en el círculo que te has trazado. Así que te inciten los placeres tan gratos a la juventud y se acerque el momento de la noche prometida, a fin de que no te dominen los transportes de la amiga que estrechas ardoroso en tus brazos, quiero que antes busques y tropieces una cualquiera que satisfaga tus anhelos de voluptuosidad. El placer que sigue inmediato a otro es menos intenso y, diferido, tiene menos aliciente. Con el frío buscamos el sol; si este nos quema, la sombra y el agua deleita a la boca angustiada por la sed. Me sonroja, pero lo diré: en tus luchas pasionales, elige la postura que creas menos favorable a tu amiga. La cosa no es difícil; pocas se confiesan a sí mismas la verdad y reconocen lunar alguno en su belleza. Entonces, te lo ordeno, abre todas las ventanas y a plena luz contempla las máculas de su cuerpo. Mas así que hayas agotado el placer hasta las heces, y tu cuerpo y tu alma se derrenguen de lasitud, tanto que, lleno de hastío, quisieras no haber tocado jamás a ninguna mujer, y te prometas no tocarla en mucho tiempo, graba en tu memoria las macas físicas notadas y no apartes un instante de ellas tu consideración. Tal vez alguien me objete, y no sin fundamento, que estos medios sirven de poco. Cierto, pero, si aislados son ineficaces, ayudan mucho reunidos. La pequeña víbora mata con su mordedura al toro corpulento, y un perro de escaso poder contiene a veces la embestida del jabalí. Aprovecha, pues, la fuerza del número, reúne las advertencias que te dirijo y forma con todas un haz apretado.
Mas como son tan distintos los caracteres y fisonomías de las personas, no todas se han de guiar por mis prevenciones. El hecho que no ofende a tu conciencia a juicio de otro acaso constituye un delito. Este sintió paralizarse su amor en mitad de la carrera, porque el cuerpo desnudo de su amiga dejó al descubierto las partes vergonzosas; aquel, porque al incorporarse cansada de los deleites de Venus notó señales repulsivas en el inmundo lecho. Los que pudisteis mudar de conducta por tan leves motivos, jugabais con el fuego: tan débil era la llama que encendía vuestros pechos. Mas que el niño alado ponga bien tirante la cuerda de su arco; presto la turba de los heridos vendrá a pedir eficacísimos auxilios.
¿Qué diré del que se oculta y sorprende a su amada en el momento de hacer sus necesidades, y ve lo que la decencia siempre ha prohibido que se vea? No quieran los dioses que aconsejemos a nadie este atrevimiento; tales recursos, aunque provechosos, no deben ponerse en práctica; pero apruebo que tengáis al mismo tiempo dos queridas, y el que pueda aumentar el número aún se sentirá más fuerte. Cuando la inclinación se divide entre dos personas, la influencia de la una debilita el poder de la otra. Los ríos caudalosos menguan divididos en multitud de arroyos, y la llama se extingue quitándole la leña de que se alimenta. Una áncora no basta a sujetar las barnizadas naves, ni un solo anzuelo a quien pesca en las corrientes aguas. El que de antemano se preparó un doble solaz desde entonces aseguró su victoria sobre la fortaleza enemiga. Ya que te entregaste con tan poca cautela a una sola, busca al menos desde ahora su nueva rival. El infiel Minos, subyugado por Procris, tracionó a Pasífae, y la primera esposa vencida cedió el puesto a la segunda. El hermano de Anfíloco sepultó en el olvido a la hija de Fegea desde el momento que Calírroe le admitió en su lecho, y Enone hubiese dominado a Paris muchos años si no se lo arrebatara la concubina de Esparta. La hermosura de Procne habría satisfecho al tirano de Odrisia, a no palidecer ante la de su hermana, a quien retenía prisionera.
¿Mas a qué me detengo con tan innumerables ejemplos que producen fatiga? Siempre un nuevo amor acaba con el precedente. La madre de varios hijos soporta mejor la pérdida de uno de ellos que la que exclama llorosa: «Tú eras mi único consuelo». No vayas a figurarte que te alecciono con nuevas máximas: ojalá me perteneciese la gloria de esta invención. El hijo de Atreo ya las conoció, y ¿cómo no creerlas lícitas el que disponía a su arbitrio de toda la Grecia? Vencedor del enemigo, cautivó y amó a la joven Criseida; pero su anciano padre alborotaba el campo a fuerza de lamentos. Viejo estólido, ¿por qué lloras así? Los dos amantes son felices, y, con tu empeño por rescatarla, vas a perder a tu hija.
Calcante, seguro de la protección de Aquiles, pide que se restituya la cautiva, que por fin volvió a la casa paterna, y entonces exclama el hijo de Atreo: «Hay otra que compite con su beldad y lleva el mismo nombre variando la primer sílaba; exijo que Aquiles me la ceda de buen grado, poniéndose en lo justo; de lo contrario, sentirá la fuerza de mi poder. Aqueos, si alguien de vosotros vitupera mi resolución, sabrá lo que vale el cetro empuñado por mi mano vigorosa, pues, si siendo yo el rey, no consigo que Briseida participe de mi lecho, habré de dar licencia a Tersites para que me suplante en el reino». Así dijo, recibió a esta joven en compensación de la primera y olvidó la antigua cuita en sus brazos amorosos; del mismo modo, imitando a Agamenón, abrásate en dos llamas a la vez, y que tu pecho se divida entre dos mujeres. ¿Dónde encontrarlas?, me preguntas. Anda, déjate guiar por mis reglas, y bien pronto tu nave se llenará de lindas jóvenes.
Si mis preceptos se estiman de algún valor, y Apolo por mi boca enseña algo que sea útil a los mortales, aunque te tuestes, desdichado, en el fuego del Etna, haz por aparecer en presencia de tu amada más frío que el hielo; simula hallarte sano aunque te aflija la dolencia, y ríe estrepitosamente cuando tengas motivos para llorar. No te ordeno romper los lazos que te sujetan en los críticos momentos de la exaltación desbordada, no soy capaz de imponerte leyes tan duras, sino que disfraces tus sentimientos, que afectes haber recuperado la tranquilidad, y lo que finjas bien hoy mañana será una verdad. Cien veces, por evitar la embriaguez, quise parecer dormido, y, fingiendo dormir, acabé por rendirme al sueño; y me reí otras tantas del mancebo que se engañaba a sí mismo fingiéndose enamorado, y caía presa, cual torpe cazador, en sus propias redes. El amor se nos introduce en el alma por la costumbre, y por la costumbre llega a olvidarse. El que tenga brío y se imagine libre acabará siéndolo realmente. Si tu prenda te dice que vayas a gozar la noche que te ha prometido, no faltes; si acudes y encuentras la puerta cerrada, llévalo en paciencia. No recurras a las súplicas o las amenazas, ni por eso vayas a tenderte desesperado en el frío umbral; y a la mañana siguiente no la recrimines por el engaño, ni le dejes ver las señales del dolor impresas en tu aspecto. Ya depondrá su altivez observando tu indiferencia, y este será un beneficio que debas a mis lecciones. Procura, en fin, engañarte de veras hasta que logres verte libre del cautiverio. El potro rechaza con frecuencia los frenos que pretenden sujetarlo. Oculta la utilidad de tus designios, y vendrá a suceder lo que te propones. El pájaro se burla de las redes que se descubren demasiado. Por que no viva tan satisfecha que te abrume a fuerza de desprecios, muéstrate altivo con ella, y su arrogancia cederá a tu entereza. ¿Su puerta se halla por casualidad abierta? Pues, aunque te llame, pasa sin entrar. ¿Te concede una noche? Duda si podrás acudir en la que te indica. A poca paciencia que tengas, esto es fácil de soportar, y por ende te permito distraerte en los brazos de cualquier mujerzuela.
¿Quién osará tachar mis preceptos de excesivamente severos, cuando represento el papel de un hábil conciliador? Cuanto varían los caracteres humanos, tanto varían mis reglas, y a las mil especies de enfermedades acudo con mil distintos remedios. Hay dolencias que apenas alcanza a curar el rigor del hierro, y otras que se aplacan con los jugos de ciertas hierbas saludables. Si eres débil y no tienes resolución para huir y librarte de tus cadenas, y el Amor, cruel, oprime tu cerviz con su planta, cesa de luchar, deja que los vientos impulsen tus velas, y sigue, ayudado del remo, la dirección que te imponen las olas. Necesitas templar la sed ardiente que te devora, lo reconozco, y te permito calmarla en medio del río; pero bebe mucho más de lo que reclama tu ansiedad, hasta que arrojes por la boca el agua que acabaste de sorber. Goza sin descanso de tu amada, sin que nadie te lo prohíba; dedícale tus noches y tus días; apura el placer hasta la saciedad, y esta se encargará de la curación de tus males; permanece junto a ella aunque puedas vivir sin tenerla delante, y, así que te hayas hartado de placeres, y los excesos te produzcan hastío, ya no te agradará pisar los umbrales de su casa aborrecida. El amor perdura largo tiempo alimentado por los celos; si quieres ahogarlo en tu pecho, ahoga la desconfianza. Toda la ciencia de Macaón sería impotente para sanar al que teme perder su querida o que un rival se la quite. La madre de dos hijos siempre sufre más por aquel que sirve en el ejército, cuya vuelta es tan insegura.
Junto a la puerta Colina álzase un templo venerable, al que dio su nombre el elevado monte Érix; allí reina el Olvido del Amor, que sana los corazones enfermos sumergiendo sus antorchas en las frías ondas del Leteo; y allí corren los jóvenes a pedirle el alivio de sus penas y las doncellas locamente enamoradas de un hombre insensible. Este numen me habló así (dudo si fue el verdadero Cupido o la ilusión de un sueño, pero me inclino a lo último): «¡Oh, tú, que, solícito, ya enciendes, ya extingues las llamas de Venus, Ovidio! Añade a tus lecciones este precepto mío: represéntese cada cual el cuadro de sus males, y olvidará sus amoríos. El cielo los ha repartido a todos en cantidad más o menos considerable. Aquel que ha tomado dinero en préstamo tema el puteal, tema a Jano y la pronta vuelta de las calendas. El que tenga un padre duro de condición, aunque todo le salga a medida del deseo, lleve siempre por delante la dureza de su progenitor. El otro que vive en la estrechez con una esposa sin dote atribuya al matrimonio el principio de sus desdichas. Si posees en tu fértil heredad una viña de exquisitos racimos, concibe el temor de que estos se sequen al nacer. El que espera su nave de arribada represéntese la violencia del oleaje y el litoral cubierto con los restos del naufragio. Al uno llena de angustia el hijo que salió a campaña; al otro, la suerte de su hija núbil; ¿y a quién no afligen mil causas de inquietud? ¡Oh, Paris, cómo hubieses aborrecido a tu Helena reproduciéndote en la imaginación el desastroso fin de tus hermanos!».
El dios hablaba todavía, cuando su imagen infantil se desvaneció con mi sueño, si en verdad aquello fue un sueño. ¿Qué hacer? Palinuro abandona el barco al furor de las ondas, y navega a la fuerza por rutas desconocidas. ¡Oh, tú que amas, evita la soledad, siempre funesta! ¿Adónde huyes? Entre la turba estarás bien seguro. No tienes necesidad de aislarte; el aislamiento agravaría tus zozobras, que hallarán grande alivio en las reuniones numerosas. Si permaneces solo, te dominará la tristeza, y la cara de tu prenda abandonada se ofrecerá a tu vista como si fuese su misma persona; la noche es más triste que la claridad del día, porque en ella le falta al desdichado el consuelo de los amigos que distraen las penas. No rehúyas la conversación, no cierres la puerta de tu casa ni sepultes el atribulado semblante en las tinieblas; ten siempre cerca de ti un Pílades que consuele a Orestes; en tales casos la amistad es un bálsamo que cicatriza profundas llagas. La soledad de las selvas ¿no puso el colmo a la desesperación de Filis? La verdadera causa de su muerte se explica por el abandono. Vagaba con los cabellos alborotados, como la turba de las bacantes que suelen ir cada tres años a celebrar las orgías de Baco en el monte Edón, y ya tendía la vista a lo lejos por la inmensa llanura del mar, ya muerta de fatiga se desplomaba en la arenosa playa. «¡Pérfido Demofonte!», gritaba a las insensibles olas, y los sollozos interrumpían sus quejas lastimeras. Una estrecha senda, cubierta de opacas sombras, conducía hasta el litoral, y la desdichada lo recorre ya por la novena vez. «Sabrá mi resolución», dice, y, cubierta de palidez, mira la faja que ciñe su pecho, mira las ramas de los árboles, vacila, condena el hecho que se apresta a realizar, tiembla y se lleva las manos al cuello. ¡Desgraciada Filis!, ojalá no te encontraras sola en aquel trance; los árboles de la selva, desnudándose de sus hojas, no habrían llorado tu suerte lamentable.
Joven que sientes los rigores de tu amiga, doncella que sufres los desvíos del mancebo, huid de la soledad, aleccionados por el ejemplo de Filis. Un mozo que obedeció fielmente los consejos de mi musa consiguió arribar a puerto de salvación, mas, tropezando una turba de amantes fervorosos, vino a recaer, víctima de los dardos que Cupido llevaba ocultos. Si amas y quieres verte libre, evita la compañía de los enamorados: este contagio alcanza al hombre lo mismo que a los rebaños. Mientras los ojos contemplan las heridas ajenas, siéntense heridos a su vez, y, al ponerse los cuerpos en contacto, se transmiten muchas dolencias. En un campo de áridas glebas suele suceder que mane el agua filtrada de próximo río; así resurge el amor que parecía extinguido, si no evitamos la compañía de los que aman, pues en este particular todos somos ingeniosos para engañarnos. Tal que por fin estaba sano, recayó por la vecindad de un enfermo; otro se sintió desfallecer a la presencia de la que fue su amiga; la cicatriz, mal curada, descubrió la antigua herida, y mis lecciones no le sirvieron de ningún provecho. Con dificultad te defenderás del incendio que destruye la casa vecina; te será, pues, conveniente no frecuentar los sitios donde pase tu amada. No acudas al pórtico en que ella suele distraerse, y evita tropezarla en las visitas que la educación te prescribe. ¿Qué sacarás de reanimar a su vista la llama casi apagada? Si puedes, trasládate a otro hemisferio. El estómago hambriento no es dueño de contenerse ante una mesa bien surtida, y el arroyo que salta incita la congoja del sediento. Difícil empresa la de detener al toro que ve a la ternera, y el potro generoso relincha cuando divisa la yegua.
Aunque me obedezcas, no es bastante que abandones a tu dueño, si quieres pisar indemne la playa; exijo que te despidas de su madre, de su hermana, de la nodriza que le sirvió de confidente, y de cuantas personas tengan con ella la menor conexión. Teme que un siervo o una criada con fingidas lágrimas se te acerque suplicante a saludarte en nombre de su señora, y no le preguntes cómo se encuentra, por más que te interese el saberlo. Echa un candado a la lengua, y tu discreción alcanzará el debido premio. Tú, que pregonas los cien motivos que tuviste para romper definitivamente con ella y las muchas razones que provocaron tus fundadas quejas, cesa en las lamentaciones, véngate mejor callando, y así llegarás a olvidarla sin sentimiento. Preferible es que calles a manifestar que la desprecias. El que confiesa a todos que no ama ama todavía. Se extingue la llama con más seguridad poco a poco que pretendiendo ahogarla de súbito. Retírate con paso lento, y será cierta tu libertad. El torrente suele precipitarse con más violencia que el curso sosegado del río; mas la carrera del uno es breve, y la del otro, incesante. Que tu pasión efímera se desvanezca como nube en los aires y se aplaque por grados sin esfuerzo. Es un crimen aborrecer hoy a la que amabas ayer: tan rápidas mudanzas solo convienen a caracteres violentos y atroces; basta que no te preocupes de ella: el que trueca el amor en odio o ama o siente el fin de sus males. Espectáculo torpe el de dos amantes ayer unidos tiernamente, que se aborrecen de pronto como dos irreconciliables enemigos. La misma Venus desaprueba semejantes querellas. Es cosa común acusar a la delincuente y quererla. Cuando el resentimiento desaparece, el amor, libre de lazos, se aleja con prontitud.
Serví un día de testigo a cierto joven cuya amiga acudió al juicio en litera, y sus palabras todas fulminaban contra ella horrendas amenazas. Ya se disponía a formalizar la querella, cuando dice: «Que salga de la litera». Sale, y, a la vista de su prenda, quédase mudo, los brazos se le caen y las tablillas se le escapan de las manos; corre a abrazarla y exclama: «Has vencido». Creo más seguro y conveniente separarse sin reñir que desde el tálamo pasar a los litigios forenses. Deja que se aproveche tranquila de los regalos que le hiciste: tan pequeño sacrificio te reportará bienes sin número. Cuando la casualidad os reúna en el mismo sitio, no olvides emplear las armas que puse a tu disposición. Si el trance te obliga a pelear, lucha valerosamente; Pentesilea caerá al rigor de tus dardos. Piensa entonces en tu rival, en la puerta cerrada a tus pretensiones y los falsos juramentos en que puso por testigos a los dioses. No perfumes tu cabello porque vayas a visitarla; no te esmeres en componer los pliegues ondulantes de la toga, ni pongas tanto empeño en agradar a la que ya no te pertenece, y arréglate, en fin, de modo que ella no sea para ti más que una de tantas.
Voy a revelarte los obstáculos que se oponen principalmente a nuestros designios, y que cada cual se instruya por la propia experiencia. Abandonamos tarde nuestras pretensiones, porque confiamos ser amados todavía. A todos nos embriaga el amor propio y nos infunde una necia credulidad. No fíes en juramentos: ¿hay cosa más falsa? Los mismos dioses inmortales les niegan todo valor; ni te conmuevas por el llanto de las que enseñan a sus ojos a llorar con oportunidad. El albedrío de los amantes se ve combatido por mil estratagemas, como la piedrezuela de la playa resbala de aquí para allá, arrastrada por las ondas marinas. No declares qué motivos tienes para desear la ruptura, ni confieses la causa de los dolores que padeces en secreto; no le reproches sus deslealtades, porque te abrumará con sus razones; al revés, procura que su causa parezca mejor que la tuya: el que calla da pruebas de entereza, y el que llena de oprobios a su amada le pide una contestación que le satisfaga.
No me atrevo, imitando al rey de Ítaca, a sumergir en el río las furiosas saetas y las antorchas del Amor; no intento cortarle las alas de púrpura, ni aflojar las cuerdas de su arco divino con mis lecciones. Mis cantos se limitan a daros consejos: seguidlos, amantes. Tú, Febo, numen de la salud, como siempre lo has hecho, favorece mi empresa. Ya te veo, ya oigo sonar tu lira, y las flechas de tu aljaba; por estas señales reconozco al dios que me ayuda. Coteja con la púrpura de Tiro la lana teñida en la caldera de bronce de Amiclas, y esta te parecerá más grosera; así vosotros comparad vuestras amigas con las más hermosas, y cada cual comenzará por avergonzarse de la suya. Juno y Palas resplandecieron igualmente hermosas a la vista de Paris, mas, comparadas con Venus, las dos quedaron vencidas. Y no solo la compares por el cuerpo, sino también por su genio y habilidades, y, sobre todo, que la obcecación no ofusque tu entendimiento.
De poca entidad es lo que me queda por advertiros; sin embargo, fue útil a muchos, entre los cuales me cuento. No te entretengas en leer las misivas que guardes de tu dulce amiga: el temple más firme vacila con tan peligrosa lectura. Aun a tu pesar, entrégalas al fuego, y exclama: «Que este fuego devore mi ardor». La hija de Testio abrasó con un tizón a su hijo ausente, ¿y tú vacilas en arrojar a las llamas esos pérfidos billetes? Si puedes, aparta de ti su imagen; ¿qué placer sacarás de una muda representación? Este delirio perdió a Laodamía. Asimismo te afligirá la vista de muchos sitios; huye de aquellos que, por haber sido testigos de tus dichas, te produzcan impresiones dolorosas. «Aquí estuvo, aquí se acostó; este es el tálamo en que dormimos, aquí me harté de placer durante larga noche». Con las memorias se renueva el amor, se abre la cicatriz reciente, y los enfermos recaen a la menor imprudencia. Como si aplicas azufre al fuego casi extinguido, vuelve a tomar cuerpo, hasta producirse un gran incendio, del mismo modo, si no evitas lo que recrudece tu pasión, se convertirá en hoguera la llama que fue casi nada.
Las naves de Argos hubiesen querido alejarse del promontorio de Cafarea y del faro que encendió Nauplio por vengar la muerte de su hijo; el cauto marinero se regocija de haber pasado el estrecho de Escila: así tú huye de frecuentar los sitios que un día te fueron tan agradables; en ellos están tus Sirtes, tus rocas Acroceranias, y desde ellos vomita la implacable Caribdis las olas que acaba de tragar.
Hay otros remedios cuyo empleo no debe ordenarse a nadie, que son infalibles recursos si los aconseja el azar. Que Fedra pierda sus riquezas, y Neptuno salvará a su nieto, conteniendo al monstruo que espantó sus temerosos corceles. Reduce a Pasífae a la indigencia, y amará con más seso: las riquezas alientan el desenfreno de la lujuria. ¿Por qué ninguno sedujo a Hécale y ninguna a Iro? Porque este era indigente, y aquella, pobre. La pobreza no tiene con qué alimentar el amor; sin embargo, no es suficiente razón para que la desees. Más conveniente te será no asistir a las representaciones teatrales, mientras no hayas vencido del todo la dolencia que angustia tu pecho. Allí se enerva el ánimo a los acordes de la cítara, al son de la flauta y la lira, del canto y la danza con sus movimientos cadenciosos; allí se representan a diario ficticias pasiones, y el actor, con arte maravilloso, te enseña los peligros que has de precaver y los placeres que labran la felicidad.
Lo digo a mi pesar: no leáis a los poetas eróticos; autor desnaturalizado, me revuelvo contra mis propios escritos. Huye de Calímaco, que no es enemigo del amor, y del poeta de Cos, tan nocivo como el primero. Safo, en verdad, me inspiró gran ternura hacia mi amiga, y en el viejo de Teos no aprendí la mayor rigidez de costumbres. ¿Quién leerá sin peligro los versos de Tibulo, o los del vate dominado solo por Cintia? ¿Quién puede permanecer indiferente después de la lectura de Galo? Hasta mis versos no sé qué tienen de sugestivos, y, si Apolo, que me los dicta, no me engaña, siempre es un rival la causa primera de nuestros daños. No te imagines nunca que lo tienes, y cree que tu amada descansa sola en el lecho. Orestes amó con febril vehemencia a Hermíone desde el instante que ella aceptó la compañía de otro varón. ¿De qué te quejas, Menelao? Pasaste a Creta sin tu esposa, permaneciste allí largo tiempo privado de sus caricias, y, así que Paris te la arrebató, juzgaste insoportable vivir un instante sin su compañía, y el amor de otro exacerbó el tuyo. Lo que más lloró Aquiles al perder a Briseida fue verla conducir al lecho del hijo de Plístenes; y creedme: no lloraba sin razón. El vástago de Atreo hizo con ella lo que forzosamente había de hacer, a menos de declarar su vergonzosa impotencia. Yo hubiera hecho otro tanto, porque no soy más sabio que él, y esto dio motivo a su funesta rivalidad con Aquiles. Cuando juraba por su cetro no haber tocado nunca a Briseida, seguramente no creía que su cetro fuese un dios.
Quiera el cielo que tengas el valor de pasar sin detenerte por el umbral de tu abandonada amiga, y los pies no desmientan tu resolución; lo tendrás, si lo quieres con firmeza, mas entonces es preciso que aceleres el paso y claves las espuelas en los ijares del rápido corcel. Figúrate su casa como el antro de los lotófagos o las sirenas, y ayuda las velas con el empuje de los remos. Desearía también que cesases de mirar como un enemigo al rival de quien antes te dolías con amargura; aunque el odio te embargue, salúdale afectuoso, y el día que puedas abrazarle estarás curado del todo.
Por último, cumpliendo las obligaciones de un médico advertido, os prescribiré los manjares de que habéis de absteneros y los que podéis tomar. Reputo nociva cualquiera planta bulbosa, provenga de Daunia, de la costa de Libia o de Mégara; conviene no probar la raqueta estimulante y lo que predisponga el cuerpo a los deleites de Venus: más saludable te será la ruda, que enciende el brillo de los ojos, y lo que adormezca en tu sangre los impulsos de la sensualidad.
Me preguntas qué te prescribo con respecto al vino, y voy a darte la contestación antes de lo que esperas. El vino predispone el ánimo al placer, si no se apura con abundancia; mas la embriaguez entorpece nuestros ardientes deseos. Con el viento se aviva la llama, y con el viento se extingue; si es ligero, la alimenta; si huracanado, la destruye. O no te embriagues o, si lo hicieres, sea tan grande la borrachera que te libre de todos los cuidados: en tal alternativa, el justo medio es siempre dañoso.
He acabado mi obra: coronad de guirnaldas mi cansada nave; por fin llega al puerto adonde dirigía su rumbo. Hombres y mujeres, que sanasteis por la bondad de mis avisos, algún día daréis a vuestro poeta piadosas acciones de gracias.
Corrección, modernización de ortografía y puntuación por ACADEMIALATIN.com
Texto tomado de: https://academialatin.com/literatura-latina/remedios-amor-ovidio/
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