El profesor Carlos Enrique Uribe Restrepo nos trae la primera biografía novelada de la líder sindical bellense Betsabé Espinal. Disfruten.
A cien años de su lucha Betsabé Espinal perdura en la memoria del pueblo
Hablar de Betsabé Espinal es hablar de juventud, de valentía, de ímpetu, de feminidad combativa. Hace parte de esa miríada de heroínas que, por dignidad, en un mundo en extremo machista, sobreviven en la memoria del pueblo y de sus luchas sociales. La jovencita de 23 años que se enfrentó junto con más de 400 compañeras y con cerca de 100 compañeros a los industriales antioqueños, dueños de una de las empresas más prominentes del país, la Fábrica de Tejidos de Bello, pervive hoy día, y a cada amanecer su recuerdo toma mayor fuerza.
Era el año de 1920. El naciente capitalismo nacional estaba en pleno apogeo con la construcción de ferrocarriles, con la explotación del petróleo colombiano, con la instalación de inmensas empresas productoras de frutas tropicales por parte de EEUU, como la United Fruit Company, y con la creación de las grandes empresas textileras, la mayoría asentadas en el Valle de Aburrá. Bello se convirtió en un epicentro obrero gracias a la construcción de la estación del tren en 1913 y diez años más tarde, en 1923, de los talleres del Ferrocarril de Antioquia. Las textileras aprovecharon las fuentes hídricas del recién erigido municipio para la construcción de sus plantas donde la obreriada ponía su cuota de sudor y de lágrimas.
La precarización laboral en la cual vivían las obreras de la fábrica fue motivo de descontento por parte del personal femenino, que además debía laborar en condiciones mucho más indignas que las de los hombres, al punto de tener que ir a trabajar descalzas y, como si fuera poco, tener que soportar el acoso sexual y laboral de los capataces. Con todo, su sueldo era equivalente a la mitad del que recibían los hombres y con mayores horas de trabajo.
Nacida de una estirpe rebelde, Betsabé Espinal venía de una familia —como lo demuestra el autor de este libro— donde ser hija o hijo natural era parte de la tradición de los Espinal Arango, en una sociedad donde las costumbres católicas conservadoras querían imponer por encima de los derechos civiles las normas eclesiásticas. Esta sola condición nos pone a la protagonista de la primera huelga de señoritas en la historia de Colombia como un personaje histórico no convencional para la época. Su sola estampa se convertirá en símbolo de las luchas de las mujeres en un país que, si bien surgió de la época de la ilustración, es, en esencia, medieval.
Carlos Enrique Uribe Restrepo nos ofrenda parte de esa memoria perdida a través de este libro de carácter biográfico, pero también testimonial. Por medio de esta investigación que los lectores tienen ahora en sus manos, Carlos, el hombre que ha sobrevivido a otras luchas no menos importantes en la historia de este país que apenas se esboza en el horizonte estrecho de las repúblicas, nos narra la vida de la muchacha descalza que levantó su voz contra los gamonales de su tiempo, y que por esa misma razón perdura en el recuerdo como una chispa de luz que nos invita a mantenernos en pie sobre un taburete para decirle al mundo que de esta parte del planeta existen y seguirán existiendo seres de fuego, y nos compromete con ese pasado ya centenario a permanecer en las luchas del presente, impertérritos.
No es, simplemente, como lo quisieran ver muchos, un libro de un aficionado a una estampa femenina que nos destrozó el espíritu mezquino para decirnos una vez más que la voz que canta sobre la tragedia humana sigue estando intacta, incluso cien años después, sino también la mirada caleidoscópica de una vida —o de un fragmento de esa vida— que nos sigue interpelando en nuestra condición burguesa de creernos privilegiados en medio de la desazón tremenda que es vivir en un país inviable, inexistente como Colombia. Uribe Restrepo se ha dado a la tarea, por demás encomiable, de sacudirnos el pedazo de espíritu que nos queda, para enrostrarnos la cobardía que cada mañanita nos acompaña sin tardanza, dibujando con sus manos sexagenarias el rostro impecable de la dignidad de un pueblo y de su heroína.
A cien años de su lucha, la memoria de Betsabé Espinal sigue resplandeciente, como aquel 11 de febrero a las 8 de la mañana cuando de una vez y para siempre levantó su voz contra todo lo que representa la dominación de la especie por unos cuantos. Quien ama a Betsabé, y a su memoria recurrente, está impelido a amar este libro, como un imperativo. Un libro que Carlos Uribe ha venido trabajando día a día, como el obrero que con el sol se dispone a ofrendarnos los frutos de su trabajo para enriquecernos, un poco, como especie.
Este no es un libro convencional de historia. Acá no se encuentra la prosa apologética que por generaciones nos ha entregado la historiografía oficial. En él dos personajes, Cosmoscur y la Luna, viajan en una dialéctica desenfadada sobre el espectro del planeta tierra, observando los pormenores de la vida humana de finales del siglo XIX y principios del XX. Ambos personajes van escanciando su amor hacia la trigueñita salvaje, ubicándola precisamente en la época que vivió, remontándose hasta mediados del siglo XVIII en una genealogía que nos cuenta de dónde vino su sangre rebelde a empozarse en los siglos, y cómo se proyecta por encima de las imposiciones oficiales como un símbolo de nuestro tiempo.
En el horizonte betsabelino (neologismo creado por Ángela Becerra) que apenas comienza, este libro es una luz que se preserva intacta, a la espera de seres sensibles que comiencen a dimensionar la grandeza no solo de una mujer, sino la de todas las mujeres que hablan en voz de Betsabé Espinal, aun sin conocerla, y que se yerguen contra todos los despotismos, como respuesta rotunda al olvido, que quiere imponerse sobre la humanidad inerme.
Betsabé Espinal lideró una huelga hace cien años, y pasó décadas sumergida en el anonimato, al punto que hasta su apellido se había perdido, y ahora pervive en la memoria de un pueblo; y en parte esa memoria, con justeza, se debe al autor que por segunda vez nos habla de ella.
Carlos Enrique Uribe Restrepo en su tozudez nos habla desde él mismo, con todos los elementos propios de la historia, de esta mujer única que vino a enseñarnos la dignidad.
Jandey Marcel Solviyerte, La Primavera, 21 de enero y 2020.